A cinco meses de la trágica madrugada que vio el colapso de la emblemática discoteca Jet Set, la vida de Ana María Ramírez, una de las sobrevivientes, continúa marcada por las heridas que el tiempo no logra borrar. Aunque su cuerpo ha sanado de las devastadoras lesiones, su testimonio revela que el alma permanece atrapada entre los escombros de la tragedia.
Ana María, quien acudió al lugar por invitación de una amiga que lamentablemente no sobrevivió, relata cómo el incidente le dejó cicatrices que van más allá de lo físico. Sufrió síndrome de aplastamiento, problemas renales y parálisis facial, pero la batalla más dura ha sido contra el trauma psicológico. Aún hoy, no puede dormir sin medicamentos y ha perdido el apetito, un dolor que resuena con el de otras víctimas y sus familias que exigen justicia.
Su relato es un recordatorio de que las secuelas de un desastre se extienden mucho más allá de las paredes caídas. El caso del Jet Set sigue siendo un llamado de atención sobre la importancia de la seguridad y el respeto a la vida en los espacios públicos, mientras Ana María y otras víctimas luchan por recuperar no solo su salud física, sino también su paz mental.