En un hecho dramático e inusual, dos aviones colisionaron en el aire sobre un área densamente poblada, transformando un barrio en escenario de caos y destrucción. El desastre dejó secuelas visibles: escombros, humo, gritos y escenas de pánico en las calles.
La noticia cuenta que, momentos antes del choque, uno de los pilotos transmitió su despedida: “Mamá, te quiero”, palabras que resuenan hoy entre familiares, vecinos y medios. La humanidad de esa frase contrasta con la magnitud del accidente.
Los residentes relatan cómo sus casas temblaron, ventanas explotaron y techos volaron. Calles inundadas de ceniza y restos de aeronaves dibujan un panorama de horror y confusión. Las autoridades han desplegado equipos de rescate, bomberos y emergencias médicas para atender a los heridos y contener incendios.
Se ha abierto una investigación para determinar las causas del siniestro: posibles fallas técnicas, error humano, clima adverso o negligencia. Las primeras versiones apuntan a una combinación de factores.
El accidente reaviva debates sobre seguridad aérea en zonas urbanas, normativas de vuelo bajo los corredores aéreos sobre ciudades y el derecho de los ciudadanos a vivir en lugares seguros.