Estar a solas, sin la compañía de otras personas, puede ser tan enriquecedor como sombrío; todo dependerá de si es por elección, obligación o circunstancias.
La diferencia entre solitud y soledad radica en la intención y la percepción. La solitud es una elección consciente: un momento que buscamos para desconectarnos del ruido exterior y conectar con nuestro interior. En cambio, la soledad muchas veces puede sentirse como un vacío, una ausencia no deseada que trae consigo sentimientos de aislamiento.
Personalmente, procuro y disfruto provocar la solitud. Creo espacios para mí misma donde puedo decidir qué hacer sin la interferencia de nadie más: leer, reflexionar, escribir o cualquier actividad que nutra mi alma. Estos momentos son como oasis en mi rutina, donde me permito reconectarme con mis sentimientos, pensamientos y emociones.
Hay algo especial en buscar esos instantes en medio de la naturaleza, ya sea bajo la sombra de árboles que susurran con el viento o frente al mar que refleja la inmensidad de la vida. En esos espacios, siento que la mejor compañía es la de Jesús. Su presencia en esos momentos de solitud no solo me da paz, sino también la seguridad de que nunca estoy realmente sola.
Creo que todos podríamos beneficiarnos de cultivar la solitud. No se trata de escapar de los demás, sino de encontrarnos a nosotros mismos. La solitud es un regalo que nos permite escuchar esa voz interior que a menudo se pierde en el ruido del día a día. Es en esos momentos cuando podemos reflexionar sobre nuestras metas, sanar nuestras heridas y renovar nuestras fuerzas.
Por otro lado, también es importante reconocer la diferencia entre disfrutar de estar a solas y caer en una soledad no deseada. Si bien la solitud puede ser reparadora, la soledad puede ser dolorosa. Es crucial aprender a identificar estas emociones y buscar ayuda o compañía si sentimos que la soledad nos abruma.
La reflexión que quiero dejar es esta: tómate el tiempo para ti mismo, no como una forma de aislamiento, sino como una oportunidad para cuidar tu alma. Busca esos momentos de solitud intencionada y permítete disfrutar de tu propia compañía. Descubrirás que en el silencio también está la voz de Dios, hablándote con ternura, recordándote que nunca estás verdaderamente solo.